viernes, 10 de abril de 2009

Oscar Leiva, urólogo colombiano del Hospital 12 de Octubre

El actual jefe del Servicio de Urología del Hospital 12 de Octubre de Madrid lleva un tiempo acumulando aniversarios, récords y reconocimientos. Oscar Leiva (Chinácota, 1939), que arribó en España hace medio siglo procedente de su Colombia natal, que lleva más de tres décadas «orgulloso de sudar la camiseta» de este centro y que acaba de cumplir los setenta años, confiesa llegar «justito de fuerzas y de ganas». «La jubilación va a venir en un momento perfecto para dedicar tiempo a otras pasiones que ya lo merecen, como estar con mis nietos», aclara. El último Congreso de la Asociación Española de Urología concedió su mayor distinción, la Medalla Francisco Díaz, a este cirujano especializado en el trasplante renal. El 12 de Octubre ha sido el hospital que más trasplantes realizó el pasado año, con un total de 284. Más de la mitad fueron de riñón, una intervención que Leiva conoce bien porque llevó a cabo la primera que se hizo en dicho centro en el año 1976.

Pregunta.- ¿Qué pasó para que un adolescente de Bogotá que quería ser ingeniero de minas acabara trabajando 30 años en un hospital español?

Respuesta.- El idioma y el azar cambiaron mi destino. Nada más terminar el Bachillerato me vine a España. Llegué en 1959 y pronto me invadió la frustración de no entender bien a los profesores. Hablaban muy rápido para el castellano suave y lento al que estaba acostumbrado. El miedo al fracaso se apoderó de mí. Mi padre era un comerciante que hizo todo lo que pudo para que mis hermanos y yo pudiéramos estudiar fuera. Ellos lo hicieron con éxito. Yo estaba a punto de fracasar, pero coincidí en el tranvía con un amigo de Bogotá que había empezado Medicina. Le pregunté por aquella carrera, me matriculé y además la primera clase de anatomía la entendí perfectamente.

P.- ¿Decantarse por la urología fue más sencillo?

R.- Cayó en mis manos en el año 1963 un librito de Gregorio Marañón titulado 'Vocación y ética' que hablaba de diferentes ramas de la medicina y me impactó leer que en la urología el diagnóstico certero era bastante alto. Aquello iba plenamente en línea conmigo, que siempre he sido muy pragmático en mi vida.

P.- Excepto unos años en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, toda su vida profesional ha estado ligada al 12 de Octubre.

R.- Sí pero en el Clínico tuve mi primer sueldo como auxiliar de laboratorio, 650 pesetas a repartir con otro residente, y, sobre todo, allí conocí a una médico que acabaría siendo mi mujer, lo mejor que me ha dado este país. Tuvimos dos niñas y he podido llegar donde estoy gracias a su generosidad.

P.- Fue el responsable de hacer el primero de los cerca de 3.000 trasplantes renales que lleva el 12 de Octubre. ¿Cómo lo recuerda?

R.- Pues perfectamente: fue el 19 de septiembre de 1976 y lo vivimos como una revolución. Mi jefe me encargó la intervención y vinieron entonces el director médico y el jefe de nefrología a preguntarme. Les dije que me sentía capaz aunque me temblaban las piernas. Me encontré en la puerta al jefe de cirugía vascular y lancé un órdago: si él entraba en quirófano, yo no trasplantaba. Me apoyaron y afortunadamente aquel paciente fue bien, con una diuresis [secreción de orina] inmediata. Desde entonces siempre lo hemos hecho solos. Somos el hospital que más trasplantes de riñón ha hecho en la historia de España en un solo año, con 161.

P.- También fueron pioneros en trasplantar a pacientes mayores.

R.- Había límites que hemos ido rompiendo. El techo estaba en los cincuenta años. Abrimos la mano progresivamente y ahora no hay tope. Debe ser así porque es terrible tener a un enfermo muy mayor en diálisis cuando con un riñón de edad pareja puede ir bien cuatro o cinco años. Morirá con el órgano funcionando y le ahorramos la máquina y la visita al hospital.

P.- ¿Se ha disparado la presencia de pacientes ancianos en urología?

R.- Cada vez hay más y eso requiere recursos acordes para este y otros servicios. Además se tiende a deshumanizar la atención. Hay que hacer la guerra a ese médico que no adapta su lenguaje al paciente, que no se esfuerza por que el enfermo y la familia le entiendan. Cuando llegan los residentes, suelo decirles que me gustaría que acompañaran a un familiar a urgencias, porque si no reciben el trato deseado aprenderán seguro la lección.
Entrevista de Luis Pardo publicada en la sección de SALUD del periódico EL MUNDO del 2 de abril.

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